MÁS SHOWS DE JOAQUÍN SABINA EN MÉXICO
· El cantautor dará seis shows en el Auditorio Nacional, en abril
· A su paso por Guadalajara y Monterrey, añade Zacatecas
Luego de haber agotado las entradas en todos los conciertos que ofreció en España, en la primera etapa de su tour, el artista inició la fase latinoamericana de la gira y nuestro país será una escala ineludible. A los seis shows programados en el Auditorio Nacional, para los días 13, 14, 16, 17, 20 y 21 de abril, también actuará en Guadalajara el 23 (Auditorio Telmex) y en Monterrey el 29 (Arena Monterrey). Una fecha más se suma a esta gran gira: 1 de mayo, en la explanada del Centro de Convenciones de Zacatecas.
Vinagre y Rosas vio la luz en noviembre. El disco entró directamente al número uno de los más vendidos en España, con tres Discos de Platino. Además, la placa debutó en el tope de los reportes de ventas en Argentina con un Disco de Platino. Inició su paso en México como líder en la lista iTunes y ya es Disco de Oro en nuestro país.
Tras la pausa, el legendario compositor -que ha vendido más de nueve millones de discos- nos entrega 13 nuevas canciones. Ya ofreció como adelanto Tiramisú de limón, una canción con letra suya y de su amigo poeta Benjamín Prado, y música de Leiva, del grupo Pereza. Sabina presenta en sociedad los temas de estreno, pero también revisa el repertorio ya conocido que lo ha situado como uno de los autores de mayor relevancia en lengua castellana.
Joaquín Sabina/ Auditorio Nacional
13 de abril 20:30 horas
14 de abril 20:30 horas
16 de abril 20:30 horas
17 de abril 20:00 horas
20 de abril 20:30 horas
21 de abril 20:30 horas
PREFERENTE $1,300.00
LUNETA $1,000.00
BALCÓN $750.00
PISO 1 $450.00
PISO 2 $300.00
Las canciones de Vinagre y Rosas, una a una
Hoy, con 60 años a cuestas (Viudita de Clicquot, una de las canciones de Vinagre y Rosas, da fe de ello), Joaquín Sabina sigue desnudándose en sus canciones escéptico y utópico, real y fantástico, nunca complaciente. Como siempre, mete el dedo en la llaga y jamás sale seco. Las canciones de Joaquín son vida y tienen el callo que da la nostalgia, la decepción y la ilusión, mezcladas en proporciones diferentes en las canciones de un álbum inspirado, emocionante y despojado. En Vinagre y rosas, el pan sigue siendo pan y el vino, vino.
El álbum comienza por derecho con Tiramisú de limón (“Hice un solo desafinado con las cenizas del amor, las verbenas del pasado gangrenan el corazón”). Es el primer single y una de las dos canciones del nuevo tándem Sabina-Pereza que aparecen en el disco. Un tema rotundo, con letra de Joaquín Sabina y Benjamín Prado y música de Leiva de Pereza. Leiva y Rubén (es decir, Pereza) asumen la producción y lo tocan casi todo: batería, bajo, guitarras… También hacen los coros, junto a Guti, Joan Manuel Serrat, Antonio García de Diego y Pancho Varona.
Tiramisú de limón comienza acústico con cierto aire porteño a cargo del acordeón de César Pop para transformarse en uno de esos enérgicos rock en medio tiempo que Sabina siempre borda. Con un estribillo definitivo y un desarrollo clásico de libro, es una canción que une las chulerías de Sabina y Pereza, con vocación de convertirse una vértebra más de la columna imprescindible que sostiene su obra y pone la base agridulce que recorre todo el álbum.
Para continuar dejando las cosas claras, una autobiografía a calzón quitado: Viudita de Clicquot (“A los quince los cuerdos de atar me cortaron las alas, a los veinte escapé por las malas del pie del altar, a los treinta fui de armas tomar sin chaleco antibalas, Londres fue Montparnassse sin gabachos, Atocha con mar”). Con el equipo habitual a su lado (Antonio G. de Diego, Pancho Varona y José A. Romero), como en la mayoría del álbum, es un baladón rockero con ese aroma blues que también aparece en otras canciones. Puro Sabina en otra demostración de maestría en la construcción de una canción, esta vez quitándose hasta el taparrabos.
Para elevar la nostalgia llega Cristales de Bohemia (“Vine a Praga a fundar una ciudad una noche a las diez de la mañana, subiendo a Malá Strana, quemando tu bandera en la frontera de la soledad”). Con un acompañamiento sencillo, mínimo y ajustado, es una emotiva evocación a Praga, una canción melancólica que da paso a Parte metereológico (“Besarte es desatar un huracán, que suba en el termómetro el mercurio, algunas nieves dan calor cuando se van fundiendo entre el desierto y el diluvio”). Rock suave de carretera, ritmo a lo J.J. Cale (para entendernos) y un estupendo y fino trabajo de Antonio G. de Diego a las guitarras marcan una de las canciones más rítmicamente alegres y vistosas del disco.
Después, y a ritmo de vals íntimo, suena Ay! Carmela (“Y no sé de qué modo dejar de adorarte sin duelo entre nunca y quién sabe. Cuando quemes tus naves no me pierdas las llaves del cielo”) con letra cien por cien Joaquín, dedicada a su hija y una de las canciones más emocionadas de un álbum absolutamente emocionado. Sigue Virgen de la Amargura (“Virgen de la Amargura, devuélveme la vida, sin ti todo es usura y noches perdidas, facturas, calenturas, heridas sin sutura; caídas, conjeturas, sacudidas, cerraduras… despedidas de locura y callejón”), una de las canciones más originales del disco, abierta, imprevisible, que comienza acústica con aire a folk-rock de los 60-70 y acaba por los Beatles.
Agua pasada (“Las canciones de amor que no quisiste andan rondando ya por las aceras, las tocan las orquestas de los tristes pa’ que baile don nadie con cualquiera”) tiene dentro blues, tango, fado, copla y otras músicas de sentimiento para un Sabina vertical, hondo, intenso, íntimo. Siguiendo en la onda, llega Vinagre y rosas (“Cuando el flautista de Hamelín sacó un ratón de su bombín, Polichinela se fugó con Arlequín. Hay mariposas de arrabal que nunca aprenden a volar, vinagre y rosas a la hora de cenar”), un hallazgo en la mezcla de ranchera y blues, absolutamente original y magníficamente conseguida. Una canción que Sabina canta más chulo que un chotis para colocarla en la vitrina junto a sus grandes emblemas. Otra joya.
Embustera (“Contigo he comprendido que la humedad es algo que se seca y se olvida. Gracias a ti he sabido que la verdad es sólo un cabo suelto de la mentira”) retoma el rock porque ahí está Pereza en su segunda colaboración del álbum. Con música de Rubén Pozo y Pereza a las guitarras, bajo y batería, tiene un aire a lo George Harrison pasado por los Rolling Stones que la convierte en otra de las canciones enérgicas de un álbum por lo general calmado. Nombres impropios (“Ya ves, llegar a fin de mes no era con ella asunto de dinero. Se trataba más bien de merecer un tren de pasajeros, el tsunami de un mar hecho mujer, dispuesto en cada ola a renacer. Se llamaba Herejía, cómo voy a saber si me engañaba cuando me mentía”) contribuye a esa calma a tiempo de swing con aroma de jazz añejo, con un desarrollo sofisticado donde se ve la mano sabia de Antonio G. de Diego y Pancho Varona, autores de la música como en la mayoría de las canciones del disco.
Menos dos alas (“González era un ángel menos dos alas, González era un santo por lo civil, un dandy con un ojo a la funerala, tan rojo, tan Oviedo y tan zascandil”) va por rumba para rendir homenaje al poeta Ángel González (Oviedo, 1922-Madrid, 2008), mientras Crisis (“Crisis en el cielo, crisis en el suelo, crisis en
Y en la recta final del álbum llega Blues del alambique (“Me busqué, te perdí, derrapé, malviví, todo es tan extraño. Conspiré contra el sol, enviudé de farol, cómo pasan los años”) con música de Álvaro Martínez Maluquer, un especialista en blues que sostiene con su guitarra la intimidad de una canción que precede al bonus track que cierra del disco: Violetas para Violeta (“Los pobres no somos ricos ni el cobre es más que la greda, la libertad cierra el pico desde que hay toque de queda, pregúntale a los milicos qué hicieron en La Moneda”).
En el libro Con buena letra, que recoge la letra de todas sus canciones, Sabina escribe: “Imitando sin conseguirlo a
0 comentarios:
Publicar un comentario